Alguna vez quizá oyeron eso de la araña que, tantas veces como rompa un hilo de su tela, otras tantas la reparará y nunca se aburre, antes se aburre usted y lo deja por imposible.

Está en su naturaleza.

Algo así ocurre con nuestros protagonistas, que está en su naturaleza.

El acosador nunca se aburre, tantas veces como le denuncie, otras tanta volverá a acosarle. Y es siempre vuelta a empezar, un círculo vicioso que, o lo deja por imposible, o acaba con su equilibrio mental.

La araña teje su tela

El acoso se puede manifestar en diferentes modalidades acabadas en in, si las castellanizamos: mubin, bulin, burnin, grumin, sextin… Podríamos seguir con la lista, seguro, pero no es ésta la cuestión, sea como sea, el acosador parece que siempre se sale con la suya.

Aunque ponemos toda nuestra confianza en la Ley, ésta parece ineficaz.

Lo vemos, por ejemplo, cuando hay una orden de alejamiento o en las exiguas condenas que tampoco les amedrentan.

Menos aún las convenciones sociales, que en su hipocresía más bien parece que nos afanamos en protegernos a nosotros mismos antes que a las víctimas, como pudimos ver en aquella ruda película, Sleepers, o más recientemente en Spotlight.

Y es que, según el dicho,”además de cornudo, apaleado”. No sólo se menosprecia la dignidad de la persona y sus derechos inherentes, sino que, además, hay abusos.

El humanista Juan Luis Vives iba en ésto muy por delante, nos saca más de 500 años de ventaja.

Esos abusos en los adultos puede significar para la víctima desde una baja laboral psicológica o un abandono del trabajo hasta abusos sexuales, violaciones y uxoricidios.

En los niños y adolescentes puede significar desde la pederastia hasta trágicas consecuencias, individuales, como el suicidio, o colectivas, esas masacre escolares como la que pudimos ver en aquella espeluznante película estonia, Klass (La clase o Muerte en la escuela).

Pero, la araña nunca se cansa de tejer su tela.

Por mucho que no tengamos la certeza de que hay un castigo ni se distinga entre víctima y verdugo, tomarse uno la justicia por su mano por odio o venganza no parece lo más eficaz.

Leemos ésto… Después de un mes de haber salido en libertad de la cárcel, un hombre murió a tiros en plena calle en Frasso Telesino, una ciudad al norte de Nápoles.

Había sido condenado por abusos sexuales a una adolescente de 15 años que después se suicidó. Presuntamente, el padre contrató a un sicario para asesinar al abusador.

Deshacer la tela de la araña

Quizás éste sea mejor comienzo.

El pasado lunes día 7 de enero comenzó el juicio contra el más alto representante de la jerarquía eclesiástica francesa, el Cardenal Philippe Barbarin, acusado de ocultar casos de pederastia en la diócesis de Lyon, Francia.

Y así lo pensamos porque, si bien, el miedo es un buen mecanismo de defensa cuando transitamos por callejones oscuros, también es un arma ventajosa para el verdugo…, ¡ y tú, chitón! Denunciar a quien mira para otro lado y protege al verdugo puede que sea eficaz para que éste tenga menos oportunidades o, al menos, ponérselo más díficil.

No se trata de que seamos vengadores ni que nos tomemos la justicia por nuestra mano.

Sólo sería una tragedia más en sinergia con la precedente, es peor el remedio que la enfermedad, se dice.

Ni seguro que a nadie nos gustaría e , incluso, nos ofendería que nos acusasen de chivatos; pero, tratándose de la dignidad de la persona, más vale eso que los luctuosos abusos que sufren nuestros congéneres y, que en potencia, podemos sufrir todos porque, en potencia, según afirman los expertos, todos podemos ser los torturadores o los torturados.

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