La Reina María Cristina puso fin a una de las leyendas negras españolas más arraigadas en el inconsciente colectivo, la Inquisición. Y el término Torquemada ha quedado asociado para siempre a los instintos más sádicos y sedientos de sangre que ingeniaba las más temibles torturas.
Emparedamientos, fuego candente, golpes en las articulaciones, damas de hierro y ruedas de tormento, entre otros, purificaban sin remisión las almas de un grupo heterogéneo de pecadores entre los que se incluían judíos, mahometanos, protestantes, blasfemos, bígamos, abusadores de menores, homosexuales, heterodoxos, falsificadores de moneda o plagiadores de libros.
La Inquisición sembró el pánico entre los judios
Los judíos en la España de los Reyes Católicos sólo tenían dos opciones: conversión o persecución. Cuando en 1874 sintieron que los falsos conversos empezaban a ser un serio peligro para la ortodoxia católica, fundaron la Santa Inquisición o Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, a cuyo frente pusieron a Torquemada.
En el primer proceso del Santo Oficio, celebrado en Sevilla en 1481, fueron quemados vivos seis judios condenados por ser falsos conversos.
A partir de 1492 el terror de la sed de sangre atribuida a Torquemada se extendió por la ciudades castellanas y después por los territorios de la Corona de Aragón (Aragón, Valencia y Cataluña) de los que era Inquisidor general.
Se cuenta que los procesos, denominados Autos de fe, de los que estaban excluidos los nobles y el clero, mujeres gestantes o amamantando y niños menores de 11 años, se convertían en sádicas matanzas en presencia de reyes y autoridades eclesiales. En ellos, los reos compadecían ataviados con el habitual sambenito, una especie de escapulario en forma de poncho.
En los casos de mayor gravedad los reos eran quemados vivos en el fuego purificador de la hoguera. Aquellos que morían antes por enfermedad, durante las torturas, escapaban o nunca eran capturados, eran igualmente quemados representados con un muñeco de tamaño humano al que se le daba el nombre de efigie.
La Inquisición persiguió todo los heterodoxo
A partir de 1520 la persecución se dirigió hacía cualquiera que se alejara de la ortodoxia y en 1551 se creó una especie de «Brigada Fahrenheit» con una lista de libros considerados heréticos que fueron prohibidos y perseguidos.
La Santa Inquisición tenía también un manual de procedimiento que había que seguir escrupulosamente y en el cual se detallaban los tres procedimientos habituales: correas que se iban apretando o potro, un paño empapado introducido en la boca y en la nariz para crear sensación de asfixia o toca y colgar al reo de las muñecas con las manos atadas arriba o incluso a la espalda o garrucha.
La confesiones así obtenidas eran válidas y las sentencias ejecutables sin necesidad de ser ratificadas por los tribunales reales. También eran válidas las denuncias anónimas.
Insignes figuras europeas como el líder protestante Guillermo de Orange en su Apoligie o el inglés Jonh Foxe, autor de un libro sobre la intolerancia, denunciaron las atroces prácticas a los que estaban sometidos los judíos en España. A ellos se les atribuye la paternidad de esta leyenda negra.
Al fin, tras 350 años de actividad, la indignación del Conde de Maitre al oir hablar sobre las torturas de la Inquisición española a un grupo de ilustrados durante un viaje por Francia, el Tribunal fue abolido mediante un decreto de la Reina María Cristina con fecha 15 de julio de 1834.
Aunque el Santo Oficio apuntaba minuciosamente con todo tipo de detalles todos los procesos, no se sabe con exactitud el número de víctimas. Los investigadores e hispanistas estiman que durante este periodo negro se llevaron a cabo entre 50 y 125 mil procesos de torturas, de los que un 4% fueron ejecuciones sumarísimas, la mayor de ellas en 1680 en las que fueron quemadas 61 personas, de los cuales 34 eran efigies.
¿Realidad o ficción?