Si alguna vez oímos “está más sordo que una tapia”, en seguida nos evoca a una persona, anciana, que padece una pérdida de audición discapacitante, hipoacusia. Quizá nos parezca lo normal, son cosas de la edad; pero, nada más lejos de la realidad.

Viviendo a golpe de decibelio

La OMS advierte que 1.100 millones de jóvenes en todo el mundo están en riesgo de padecer hipoacusia debido a la exposición diaria al ruido. En los países desarrollados, 43 millones de personas de entre 12 y 35 años ya la padecen. Un 50% por el uso de reproductores MP3 y celulares inteligentes y un 40% por el ruido en locales nocturnos, discotecas y bares. En total, más de un 5% de la población mundial, 360 millones, padecen hipoacusia, nivel de sonido que se sitúa por debajo de los 40 decibelios en adultos y 30 en los niños.

No sólo hipoacusia. Un estudio de ISGlobal en la ciudad de Barcelona (España) reveló que el 36% de la carga de enfermedades se puede atribuir al ruido del tráfico, y un experimento realizado en el centro de Nottingham reveló que, a una persona expuesta durante 45 minutos, incluso a bajas frecuencias, el ruido de la calle puede alterar su ritmo cardíaco normal.

Un exceso de ruido nos expone, entre otros, al riesgo de sufrir insomnio, alteración del rendimiento congnitivo, físico y del estado de alerta, dificultad de la atención y fatiga, y al riesgo de sufrir accidentes en el trabajo o en la vía pública. Una reciente revisión, publicada en el International Journal of Environmental Research and Public Health, demuestra que hay una relación directa entre el ruido del tráfico y la alteración del sueño, su calidad y los problemas para conciliar éste. El nivel guía para el ruido nocturno de la OMS se supera cada noche, lo que puede afectar al descanso nocturno.

La Agencia Europea de Medioambiente señala que el ruido provoca en el mundo 72.000 ingresos hopitalarios y casi 17.000 muertes prematuras anuales.

De acuerdo con el Instituto del Ruido de Londres, el tráfico motorizado es la principal causa de la contaminación acústica, responsable de un 80% del ruido, que puede alcanzar entre 80 y 85 decibelios. La exposición a más de 65 decibelios provoca en nuestro organismo una reacción de estrés que puede derivar en otras patologías, como las enfermedades cardiovasculares, que podrían prevenirse reduciendo en 0,5 decibelios los niveles anuales medios de ruido diario.

Pero, ¿qué es el decibelio?

Grosso modo, el aire circundante se puede comprimir o expandir en ondas acústicas que excitan nuestro oído interno y lo hacen vibrar. La mayor o menor amplitud y frecuencia de la vibración determina una señal a nuestro cerebro que llamamos sonido y que, si nos resulta desagradable, denominamos ruido. Que sea más o menos desagradable o irritante depende de la presión, es decir, que las ondas nos lleguen más o menos apretadas. Así distinguimos entre sonidos agudos o graves respectivamente y su intensidad. El nivel de presión sonora es lo que llamamos decibelio (dB), siendo 0 dB el umbral de audibilidad y 120-140 dB el umbral de dolor. El mínimo nivel de presión sonora para excitar nuestro oído se sitúa a 25 dB.

Se considera que el nivel máximo de exposición sin riesgos para la salud, que podemos asumir, es de 85 dB, y el tiempo de exposición admisible debe disminuir a medida que la intensidad sonora aumente. La OMS aconseja que el nivel de presión tolerable para que no afecte a nuestra salud sea 55 dB, y define ruido como un nivel superior a 65 dB. Dependiendo del tiempo de exposición, ruidos superiores a 60 dB pueden provocar malestar físico.; a partir de 80 dB se empieza a sentir fatiga auditiva, sin daños y, cuando supera 90 dB, empiezan a aparecer lesiones, irreversibles cuanto mayor sea el tiempo exposición y la susceptibilidad de la persona. Por ejemplo, la rabieta de un niño pequeño puede superar 91 dB.

En nuestro deambular diario por la ciudad o en el trabajo estamos expuestos a todo tipo de sonidos más o menos desagradables, el tráfico motorizado, el transporte público, ruidos industriales, obras públicas, herramientas, sirenas, cláxones, reproductores de música, el murmullo de las conversaciones…, muy pocos se libran.

Expertos Otorrinos nos aconsejan una dieta contra el ruido que incluye: adquirir electrodomésticos silenciosos, reducir al máximo la velocidad del tráfico en la ciudad, disminuir el volumen y tiempo de escucha de la música, la televisión o la radio a un volumen alto, alejarnos de fuentes de ruido como altavoces en los conciertos o en las fiestas y discotecas, no escuchar música con auriculares y reproductores personales durante más de una hora al día a más del 60% del volumen máximo.

Y, sobre todo, respetar el derecho de nuestros vecinos al silencio y disminuir el ruido que hacemos como, por ejemplo, no usar la taladradora para anclar nuestro recién adquirido mueble por módulos durante la hora de la siesta. Mejor dejáis el bricolaje para más tarde.

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