La cultura nos hace peligrosamente librepensadores, o eso, al menos, debía pensar la Brigada Farenheit 451, de Ray Bradbury, dado su celo en perseguir y quemar libros, y, así mismo, habrán pensado muchos otros a la vista de sus miedos a que accedamos a la cultura, como el celo con el que el monje bibliotecario Juan de Burgos guardaba los libros de la vista de los monjes de la Abadía de Melk, en El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco.

                                                    

Tantos relatos maravillosos que nos transmiten el acervo cultural y nos llegan desde tiempos lejanos, y no tan lejanos, gracias al ingenio de un hombre que nació en Maguncia, en la renania alemana, en el año 1400, Johannes Glensfleish, aunque, visto así, no nos diga mucho.

A Johannes, eso de llamarse “carne de ganso”, que así se traduce “glensfleish”, le debió parecer que no sonaba bien y que no era lo más adecuado para los negocios que se traía entre manos; así que, decidió que la expresión que daba nombre a su casa sonaba mejor.

Pocos inventos parecen surgir de profundas meditaciones.

El de Johannes Gutenberg no iba a ser menos. Se apostó a que con su ingenio era capaz de imprimir varias Biblias en menos de la mitad de tiempo en que lo haría el mejor de los monjes copistas de su época. Pero, no, no ganó la apuesta.

Dado que en aquel tiempo el ritmo de las operaciones manuales era lento, tardaba más de lo que había previsto y se quedó sin solvencia para devolver el préstamo que había solicitado.

Realmente fue su prestamista, Johan Fust, quien editó la primera Biblia impresa, la llamada Biblia Gutenberg.

No obstante, a pesar de morir arruinado, lo que no le quita nadie es el mérito de haber inventado la imprenta moderna.

Un ingenioso artefacto que permitió la rápida difusión y fácil acceso a la cultura, para regocijo de editores que obtuvieron pingües beneficio y, mejor aún, para los ávidos lectores, y otros no mala gana, que enriquecieron su acervo cultural.

                                         

Muchos cuentos han enriquecido nuestra infancia y nos han transmitido sus enseñanzas, como en El gato con botas, que con engaños y mentiras se hace fortuna más fácil y rápido que con el trabajo duro y el talento, y otros cuentos moralistas, como La Bella durmiente, Cenicienta o Caperucita Roja, recopilados por Charles Perrault en los Cuentos de Mamá Ganso, que nos sumerge en una fantasía de ogros, hadas, príncipes azules, lobos feroces, varitas mágicas, botas de siete leguas y pócimas mágicas.

Hemos disfrutado de los agrestes y fríos paisajes de Alaska, de los buscadores de oro y tramperos en el Yukón, de la vida salvaje, y la dura vuelta a su estado natural de Colmillo blanco, leyendo los relatos de Jack London, y también nos hemos apasionado viajando a bordo del Orient Express con el ingenio y la sapiencia de Hércules Poirot, el ingenioso detective salido de la imaginación de Agatha Christie.

Quizás entre la atareada vida diaria, tenga un rato para celebrar, aunque sólo sea dejando volar su imaginación por un momento, el nacimiento, un 12 de enero, de Charles Perrault y Jack London, o dejar unas flores sobre la lápida de Agata Christie.

Es sólo nuestro pequeño homenaje a quienes nos transmitieron su saber popular, nos relataron sus experiencias y compartieron su ingenio, haciéndonos un poco más librepensdores.

Y de paso nuestro pequeño homenaje también a Gutenberg que, como exponía Marshall McLuhan en su obra, La Galaxia Gutenberg: génesis de Homo Typographicus, su ingenio supuso un gran progreso como medio de comunicación de la cultura y de la conciencia humana en nuestra aldea global.

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