No hablamos de El séptimo sello, de Inmarg Bergman. De la mezcla de la cultura judeocristiana y grecolatina nos acostubramos a maniquear las cosas como buenas o malas. Unas veces lo decidimos nosotros mismos, con nuestra supuesta sapiencia y, en caso de duda cartesiana, ponemos nuestra fe en lo que nos digan los expertos. Hasta el momento, el único que introdujo un tercer factor fue Sergio Leone, el feo, porque siempre hay un feo.

Hasta no hace muchos años, hablar de grasas era como mentar al demonio. No había grasa buena. Nuevas investigaciones revelaron que que no todas eran tan malas, todo dependía del nivel de saturación. Así, las estanterías se empezaron a llenar de omegas, que no es que significaba el final del negocio, sino el principio. Ya podíamos discriminar. Las buenas, las omegas, son las grasas insaturadas, el colesterol bueno. Las otras son las malas y no sólo eso, sino que, dependiendo del procesamiento, pueden estar más o menos contaminadas.

                                                     

Una de esas grasas con mala fama es el aceite de palma, que se extrae de un fruto originario de Africa, de la especie Ealeis guineensis, conocido como palma africana o aceitera, y que, exportado al sureste asiático, tuvo su explendor de la mano de Eka Tjipta Widjaja, quien, a los quince años, se inicio en el comercio del aceite de palma. Un aceite barato con el construyó un imperio de miles de millones que abarca desde la industria del papel y celulosa, pasando por la alimentación y las telecomunicaciones, un conglomerado financiero al que llamó Sinar Mas Group (la denominación es sugerente cuanto menos, “sin armas”).

Pero, ¿por qué tiene tan mala fama este aceite? Es el segundo en volumen de producción después de la soja. Se obtiene del mesocarpio del fruto de la palma, y una vez prensado, sin refinar, el líquido oleaginoso es de color rojo. Para depurarlo, se procesa a 200º de temperatura. Cuanto más calor, más saturación y menos saludable para nuestro corazón, aunque sea un aceite vegetal.

Refinado, el aceite de palma pierde sus propiedades antioxidantes y contiene un 45% de ácido palmítico, ácido graso saturado que fabrica el propio organismo, y que está presente en alimentos como la leche o la manteca. La cantidad tolerable es de 8 gramos diarios, si se supera puede elevar los niveles de colesterol malo. 

La grasa de la palma es un subproducto que contiene hasta un 70% de grasa saturada, la cual aumenta también los niveles de colesterol malo, su biosíntesis y tiene un efecto trombogénico, puede formar coágulos de sangre, trombos, en la sangre.

                                     

Y si es tan nocivo, ¿por qué lo usamos tanto? Se dice que las cosas nos entran por los ojos. Antes llama nuestra atención un producto atractivo que otro con aspecto ajado y sin brillo. Es el truco de la industria de alimentos procesados para rascarnos el bolsillo. Y es que, además de ser más económico, es maleable, da consistencia y untuosidad a los alimentos, y alarga su vida comercial, evitando su deterioro visual. Pero, a nosotros, su consumo en grandes cantidades no nos beneficia ¿Y eso cuánto es?

Expertos científicos recomiendan que, el total de grasas saturadas que consumimos, no supere el 10% por ciento del total calórico. También nos dicen que no pasa nada si superamos esa cantidad puntualmente, será nocivo si lo hacemos con frecuencia. Y no es por hacer patria; pero, el consumo de aceite de oliva y extra virgen como primera fuente de grasa, es más saludable. Según estudios científicos, contiene un tipo de grasa saturada que no sólo no es nociva, sino que ayuda a reducir la morbilidad por enfermedades cardiovascular.

                                                

Conocido como el rey del aceite de palma, Eka Tjipta tenía bajo su control una de las mayores compañías del mundo dedicadas al cultivo y producción del palma, unas 500. 000 hectáreas en Indonesia, además de las plantas de procesamiento, que le reportó, entre otros negocios, ser la cuarta persona más rica de Indonesia, con un patrimonio neto de 9.300 millones de dólares, según el Indice de multimillonarios de Bloomberg, un imperio que daba empleo a unas 380.000 personas.

Con su fallecimiento, traspasa el negocio a sus dos esposas y sus 15 hijos, aunque en un mal momento. Grandes industrias de alimentos procesados han decidido eliminar el aceite de palma de sus productos, por las dudas que genera para la comunidad científica sus efectos sobre la salud, además del impacto ambiental que provoca su cultivo y producción: deforestación, pérdida de hábitats y una elevada emisión de contaminantes. 

Pero, que le quiten lo bailado, su aceite de palma está por todas partes. Será raro salir de compras sin llevar algo con esta grasa. Quizá con esta guerra abierta, el Orangután de Borneo o el Tigre de Sumatra tengan un lugar donde campar a sus anchas.

 

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