En nuestros días tenemos la costumbre de creer en el sexo, no sin cierta malicia, como un poder mágico que otorga prebendas y privilegios a cambio de sus favores. Y es que la envidia por el éxito ajeno nos mueve a ser mal pensados.
Esa misma costumbre se remonta a antiguos pueblos germanos que creían en un poder mágico de la primer memstruo de una doncella, una costumbre que se hizo norma, un derecho consuetudinario, que permitía al señor del pueblo ser el primero en yacer con las doncellas recién desposadas en la primera noche de bodas, y al que sólo renunciarían a cambio de un pecunio, un pago en metálico. Este ritual de boda, Beilager, llegó hasta la Edad Media, lo que se conoce como derecho de pernada, el «ius primae noctis» o derecho de la primera noche.
Derecho del Señor a la primera noche
Los historiadores no se acaban de creer que fuese una realidad, sino más bien una leyenda urbana del medievo, un rumor que se hizo correr a lo largo del tiempo como arma política contra los poderes establecidos.
La primera mención que se conoce de este derecho aparece en un poema satírico hallado en la abadía de Mont-Saint-Michel, en 1247, en el que un campesino denuncia que su señor feudal le exige un pago por casar a su hijas o de lo contrario las violará.
Un años después, en 1462, los campesinos «remensa» catalanes exigieron la abolición de este abuso, “mal uso”, de los señores feudales, como así se recogió en el Proyecto de Concordia de 1462: “exigen algunos señores que, cuando el payés toma mujer, ellos duermen la primera noche con ella”, a lo que respondieron los señores que nada sabían y que, de ser así, habría que abolirlo.
Unos años después, el 21 de abril de 1486, Fernando el Católico dictó la Sentencia Arbitral de Guadalupe en favor de los campesinos aboliendo este abuso feudal: “…los señores feudales no pueden tomar para sí o para sus hijos a las hijas de los payeses de remensa, de pago o no, y menos contra su voluntad, ni tampoco dormir con su mujer o, en señal de señoría, echarla en la cama y pasar por encima de ella su primera noche de bodas…”. Con el término payés se refiere al campesino, y remensa, del latín redimentia, a que obtenían su libertad a cambio de un pago equivalente al precio de los cultivado.
En un documento francés de 1665 se vuelve a tener noticia de este derecho feudal, a través de los campesinos de la región de Auverne quejándose de que los señores exigían su derecho de boda, «Le droit de cuissage», ser los primeros en yacer con la desposada.
Incluso, en el siglo XVIII, Diderot y D’Alembert se hacen eco en su Enciclopedia de que durante los tiempos de las cruzadas, los señores exigían de sus vasallas plebeyas la primera noche, y un pago a cambio de renunciar a ese derecho, un argumento del que pocos años después, en 1785, se sirvió Mozart para componer su ópera bufa “Las bodas de Fígaro”, una crítica al derecho de pernada.
Derecho de la desposada a la dignidad como persona.
Según los historiadores, el poder feudal durante el medievo era tal que la realeza nada podía hacer por abolir éste y otros abuso de los señores.
Sólo cuando el creciente poder eclesiástico instituyó el matrimonio religioso como una unión sagrada bendecida por Dios, dejando claro que el derecho canónigo estaba por encima de cualquier otro derecho, este abuso sexual por norma, amparado en una costumbre ancestral, pasó a ser el capricho de un señor que no era capaz de respetar la dignidad de las personas que tenía a su cargo.
Ya sea leyenda urbana o realidad, el caso es que esa debilidad humana que es la concupiscencia es un arma definitiva que se ha usado desde siempre como arma arrojadiza para acabar con carreras políticas o difamar personas de cierto relieve o estatus social.