Un payaso cándido, bonachón e ingenuo sueña y suspira por el corazón de Margot, la bailarina. Bien podría ser el argumento de una película, como aquella maravillosa “El mayor espectáculo del mundo” del director Cecil B. DeMille, o de aquella trágica canción de la Orquesta Mondragón, ¿recuerdan?…, “soy el hombre sin brazos del Circo, y perdí tu amor”.

Antaño, una vieja carpa bicolor que se erguía orgullosa y majestuosa en lontananza y una promenade por la calle principal eran los prolegómenos de las atracciones más increíbles jamás vistas. Trapecistas, acróbatas, funambulistas, el hombre bala…, desafiaban las leyes de Newton; contorsionistas, magos, ágiles malabaristas, audaces domadores, animales salvajes, mimos, payasos, gráciles bailarinas…, un mundo de fantasía itinerante que convertía lo imposible en posible.

                                                         

El gran circo televisivo

Hoy día, otros espectáculos en alta definición atraen nuestra atención. La televisión lo absorbe todo y, aunque Stephen Hawking no llegó a advertirlo así, es el gran agujero negro que succiona todo nuestro espacio…, y nuestro tiempo. Hay para todos los gustos, nadie quedará defraudado; pero, entre todas las atracciones, si hay un gran espectáculo que reclama nuestra indecente morbosidad, congregando a su grey, es aquel en el que nos despedazamos unos a otros, y que hemos ascendido a la categoría de “prime time”.

Haciendo bueno aquello tan plautino de que “el hombre es un lobo para el hombre”, nos postramos frente a la pantalla para deleitarnos viendo cómo unos hacen trizas la reputación de otros, transitando todos por los infiernos de Dante. Al fin y al cabo, si deslizamos la punta de la lengua por la línea superior dental, notaremos dos dientes puntiagudos, reminiscencia ancestral de nuestro instinto depredador. Son los colmillos.

Mostremos pues nuestros colmillos y nuestras afiladas uñas. Amancebados, cortesanas despechadas, donceles frustrados, canallas donjuanescos, doncellas desfloradas, estrellas fugaces, viejas reinas de la noche en decadencia ahora destronadas por jóvenes y bellas princesas, rostros macilentos y plastificados víctimas de la toxina butilínica y del bisturí, esclavos de la imagen. Un universo de extravagantes despropósitos, de infelices personajes penitentes suplicando por imaginarios paraísos perdidos.

Pero, donde hay felicidad hay vida, y el mayor espectáculo del mundo sigue vivo. Una vez más podemos volver a nuestra feliz infancia para soñar y zambullirnos en nuestros océanos de fantasía, donde todo es posible. Es…

El mágico mundo del Circo

El Circo moderno nació para hacernos felices y, después de 250 años desde que Philip Astley, en un terreno abandonado cerca de Waterloo, Londres, dibujara un círculo en el suelo que llenó de asombrosos actos físicos, el Circo sigue haciendo posible lo imposible. Y para celebrarlo, y rendir homenaje a todos los artistas cirquenses que han hecho ese sueño posible, desde el pasado 23 de noviembre y hasta el próximo 3 de marzo permanecerá erguida en el IFEMA, en Madrid (España), una gran carpa blanca, bajo la cual sorprendentes números de Circo, junto a una orquesta en directo, acompañan a Nim, el payaso cándido, bonachón e ingenuo que sueña y suspira por el amor de Margot, la bailarina.

                                                     

 

Hablamos de Circlassica, una historia de Emilio Aragón, un nuevo espectáculo cirquense de Productores de Sonrisas, quienes en los últimos 10 años han producido otros espectáculos para toda la familia como Circo Mágico, Circo de Hielo, Navidad Circo Price o The Cirkid.

Señoras y señores, niños y niñas, bienvenidos al mayor espectáculo del mundo. Pasen y vean, no dejen de ser felices ni de soñar, porque soñar y ser feliz es vivir.

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