Hoy día pagarían millones; pero, por entonces, sólo eran unos gamberros melenudos haciendo mucho ruido. Poco antes, uno de ellos se preguntaba si alguien se acordaría de su cumpleaños y le enviaría una botella de vino cuando tuviese 64.
Pues, sí, sí que nos acordamos. Ya han pasado 50 años desde aquella fría mañana en la azotea de los estudios Apple Cords. Ahora aquel joven debe tener unos 76 años, y aún sigue haciendo ruido.
En marzo de este año comenzará su gira 2019, Freshen up, por América para presentar su último disco Egypt Station (2018), iniciándola el 20 de marzo en Chile, después Argentina y Brasil.
Luego de un periplo por Estados Unidos, lo presentará en Sudáfrica. Sólo 40 minutos de documento; pero, nos legaron un puñado de buenos temas en directo, algunos de los cuales iban a ser incluidos en su nuevo disco de estudio: Get back, One after 901, I’ve got a feeling, Dig a pony…, y otro que al final se descartó, Don’t let me down.
El concierto, conocido como concierto en la azotea, concierto en el tejado o concierto en Apple Cords, iba a ser parte del nuevo disco de la banda, Get Back, incluido un documental televisivo de las sesiones, y que finalmente ha pasado a la historia como Let it be; pero, por aquel tiempo, había demasiadas desavenencias entre chicos de Liverpool.
John Lennon, junto con Yoko Ono, estaba enfrascado en sus drogas psicodélicas y perdió todo interés por la música. George Harrison, resentido porque Paul McCartney le tomaba por el pito del sereno y menospreciaba su música, quería dejar el grupo, y Lennon, supurante, propuso sustituirle por Héndrix, o más supurante aún…, por Eric Clapton.
Al fin y al cabo, Lennon ya había dicho antes sobre el grupo que tenía una “herida supurante”. Y parecía claro que no se iba cerrar nunca. Antes de comenzar las grabaciones, Paul y George anunciaban que dejaban el grupo.
Entre otras alternativas endiabladas, a propuesta de Paul, pensaron en dar el concierto ante cientos de beduinos frente a las Pirámides de Egipto, a bordo de un barco o en un Hospital rodeados niños enfermos. Finalmente, pensaron que para qué se iban a molestar con tanto preparativo y tanto viaje.
Menos jaleo era hacerlo allí mismo, en la azotea: “No tenemos ganas de gilipolleces”, murmuraban Jonh y George. Tras su gira por Norteamérica, en 1966, no volvieron a tocar en directo hasta la hora del almuerzo de la mañana del 30 de enero de 1969, el que sería su último concierto, considerado musicalmente revolucionario. Años después, Homer Simpson, Skinner, Apu y Barney, vestidos como The Beatles, nos recordaron aquél día, policía incluida, en el capítulo Homer’s Barbershop Quartet.
Quién sabe si, ahorrando, al final alquiló esa casita para pasar los veranos, arreglando su jardín, plantando su huerto, sentado en el porche con sus nietos Vera, Chuck and Dave en sus rodillas, arreglando los fusibles cuando se va la luz mientras ella teje un jersey sentada junto a la chimenea y dar juntos un paseo los domingos por la Isla de Wight, o si ella se acordaría de felicitarle por su 64.º cumpleaños.
De lo único que podemos estar seguros nos legaron este concierto en la azotea ¡Qué más se puede pedir!