En nochevieja nos gusta despedir el año y entrar en el nuevo de la mejor manera posible, despreocupados, pasándolo bien, sin hacer mal a nadie, todo lo contrario, compartiendo con los demás nuestros mejores deseos. Pero, no debiéramos ser tan confiados, el mal nunca descansa.
Todo tipo de criaturas desaprensivas protagonizan los cuentos de nuestra infancia, no para inculcarnos temor, sino para advertirnos de los peligros de esta vida y que no debemos ser tan confiados, siempre debemos ser prudentes en todo lo que hagamos.
Somos demasiado confiados
A pesar de que nuestra vida transcurre en un mundo globalizado y tenemos acceso fácil y rápido a la información, y estamos sobre aviso, seguimos siendo confiados, poco o nada precavidos. Nos parece como que los males les ocurren a los demás, que “a mí no me va a pasar”, o que esos males ocurren en otros lugares distantes. Quizás pensaremos que “aquí esas cosas no pasan” confiados en que estamos seguros o, simplemente, por la inexperiencia de la vida.
La madrugada de la pasada Nochevieja, en la localidad castellonense de Burriana, una joven de 17 años volvía a su casa de la fiesta cuando presuntamente fue asaltada por dos individuos que la agredieron sexualmente.
Quizás el hecho hubiese pasado inadvertido si no es porque la Guardia Civil tuvo conocimiento de que, en el Hospital de la localidad vecina, había sido atendida una menor de edad víctima de una presunta agresión sexual. Tras unas pocas horas de investigación, la Guardia Civil detuvo a los presuntos malhechores.
Y no es un hecho excepcional. Si echamos un vistazo a los diarios o hacemos memoria, enseguida recordaremos, más o menos recientes, millares de hechos de la misma calaña, en la mayoría de ellos mujeres víctimas de malhechores desaprensivos. En estos actos indignos, la propia naturaleza deja en desventaja a la mujer frente al hombre.
Al acecho de los confiados
La noche oscura, la madrugada, los caminos desiertos, la soledad y el pánico de la víctima parecen ser los mejores aliados de los desaprensivos que, ocultos al acecho de sus víctimas, confiados en su éxito caen como comadrejas sobre las más débiles e indefensas ¿Y qué podemos hacer? Cuando se trata de alimañas encontramos fácilmente soluciones; pero, cuando se trata de seres humanos que razonan, ¿qué?
Nuestros modelos educativos no parecen ser eficaces. Nada parece amedrentarles, ni el buen hacer de las fuerzas de seguridad ni los severos castigos que impone el Estado ni la conciencia social. No se trata de que imitemos a esas personas ancianas de los pueblos que, desconfiadas del mundo, se encierra en sus casas y que apenas atisban la vida ocultas tras unas cortinillas, vivir ignorantes como los habitantes de la cueva de Platón. Tenemos que salir al mundo, vivir y disfrutarlo, y reivindicarlo.
Según un principio básico de la criminología, “la oportunidad hace al ladrón”. Pensarán que no es suficiente. Es verdad que por muy prudentes que seamos, estos desaprensivos descerebrados siempre van a estar ahí, al acecho; pero, quizás, si no les damos una oportunidad, si no somos tan confiados, algo, aunque no sea mucho, podemos avanzar.