Cuando llegamos a la pubertad nos vemos a las puertas del paraíso, expulsados porque ya se empieza a notar que algo cambia en nuestro cuerpo; sentimos una atracción institiva hacia los demás, que despierta nuestros deseos y desencadena una competición por satisfacerlos.

No es sólo la ley del más fuerte sino la del más rápido. Las dos simultáneamente. No hay marcha atrás, a partir de ahora, como en el poema épico de John Milton, ya sólo podemos evocar el paraíso perdido al que ya nunca regresaremos.

De ello depende nuestra supervivencia y, sin embargo, la naturaleza no lo pone nada fácil. Es toda una carrera de obstáculos hasta alcanzar el objetivo. De poco sirven los cuentos moralistas como el de «la liebre y la tortuga», aquí hay que ser el más rápido.

Las mieles del triunfo están reservadas sólo para los mejores. Un encuentro casual, un cruce de miradas, una cita, una cena a la luz de las velas con centro de rosas, la ténue luz, un reguero de ropa hasta el nicho de amor y, después del climax, ¿qué? 


A nivel molecular no hay moralinas que valgan. Hay que atravesar los infiernos de Dante antes de fecundar un óvulo. Usted o yo somos uno de lo 60 ó 100 millones de espermatozoides que superaron todas las pruebas ¿fuimos los mejores, los más fuertes y rápidos? 

Antes de alcanzarlo, el espermatozoide debe atravesar un mar de ácido que rodea el óvulo y enfrentarse al sistema inmunitario femenino.

Si ha resistido el embate, aún le queda por superar otra prueba, debe ser el más rápido. Sólo los mejores nadadores conseguirán atravesar la última barrera. 

Según explica Alireza Abbaspourrand, directora de la investigación que se lleva a cabo en la Universidad de Cornell, en New York, el tracto reproductivo femenino está diseñado específicamente para que los nadadores menos eficaces nunca alcancen su objetivo.

El tracto reproductivo se estrecha de modo que crea una barrera natural que sólo deja pasar los espermatozoides más rápidos, estrechamiento que ha denominado “constriccion”.

La finalidad es seleccionar los de mayor movilidad, condenando a los más débiles a su extinción; si bien, aún no se ha podido comprobar que este efecto tenga alguna ventaja genética.

Los investigadores enfocaron sus estudios en los estrechamientos y recodos que los espermatozoos encuentran a su paso.

Un punto conflictivo lo encuentran a las puertas de las trompas de falopio, en el útero, donde deben nadar a contracorriente, como los salmones deben remontar la corriente de un río para alcanzar su lugares de desove y cría.

Una vez en el conducto, se encuentran con estrechamientos donde la corriente adquiere una mayor velocidad que no todos son capaces de superar, lo que se supone que funciona como un filtro selectivo.

Al modo de las aves migratorias, que adoptan una formación aerodinámica en delta para superar las corrientes de aire, los espermatozoides, llegando a las constricciones, adoptan un formación en mariposa colocándose al frente los más rápidos, consiguiendo así atravesar el estrechamiento y llegar los primeros al óvulo.

Lo singular de esta formación en mariposa es que en el frente la velocidad de la corriente es menos intensa, aumentando hacia los laterales, lo que dificulta a los más débiles su avance, que se van quedando a cola de farolillos rojos.

Allan Pacey, investigador de la Universidad de Sheffield, argumenta que biológicamente tiene sentido porque de esta forma la naturaleza se asegura de que sólo los más rápidos lleguen hasta el óvulo, supuesto que sean los mejores.

 

Todo lo que usted quería saber sobre el sexo, pero no se atrevía a preguntar ¿Qué ocurre durante la eyaculación? Quién sabe si uno de estos farolillos rojos sería el neurótico espermatozoide de Woody Allen, que no se atrevía a afrontar la competición.

 

Fuente: ABC Ciencia