Qué indefensos nos sentimos cuando, perdidos en una excursión nocturna, miramos al cielo desnudo, y al fin avistamos en lontananza el resplandor nocturno de la ciudad… ¡salvados!

Sería difícil entender nuestro estilo de vida moderno sin ese ingenio de Thomas Alba Edison. El tungsteno, el gas fluorescente, las luces de neón, el rayo laser o el halógeno han dado luz permanentemente. Nuestras noches están cada vez más iluminadas, y no sólo en el lugar en el que se situa, sino que la luz se difunde en la atmósfera y sus efectos se pueden extender a lugares lejanos, una amenaza silenciosa que puede traer consigo un riesgo invisible para nuestra salud, la contaminación lumínica.

La tecnología LED (Light-Emiting Diode) han supuesto una revolución y un ahorro para nuestros bolsillos que es de agradecer. Pero, la realidad es muy diferente. Durante los últimos años han sustituido de forma rápida y masiva a las tradicionales bombillas sin estudiar previamente el tipo de luz o cuánta es necesaria en cada lugar ni cómo colocarla. Al final se ha producido un efecto “rebote”, siendo mucho mayor el gasto energético y la contaminación. En los países desarrollados el gasto es 100 veces superior al de los países no desarrollados.

Un estudio científico a partir de los datos obtenidos entre 2012 y 2016 por el satélite VIIRS, que estudia la contaminación lumínica sobre el planeta,, reveló que anualmente la contaminación está aumentando un 2,2%. El mismo estudio reveló que el consumo nocturno crece al mismo ritmo que el PIB de los países desarrollados y más rápido en países menos desarrollados de América Latina, Asia y Africa. Nuestro planeta es cada vez más brillante en extensión e intensidad.

Esta nueva tecnología LED ha introducido un tipo de luz desconocido en la naturaleza. Su característica luz blanca tiene una especial incidencia que puede afectar a nuestra salud, sobre todo, a nuestro reloj biológico, los ciclos circadianos. La contaminación lumínica se produce por el uso de un alumbrado ineficiente y mal diseñado que dirige la luz a zonas donde no se necesitan, originando una pérdida de luminosidad hacia el exterior y un aumento de la potencia energética para que la percepción luminosa sea la deseada. Los proyectores o cañones laser, la iluminación publicitaria desmesurada o la falta de horarios de la iluminación decorativa contribuyen a aumentar el problema; así como cuando se utilizan intensidades excesivas, sobreiluminación, para realizar actividades que se desarrollan en zonas ya alumbradas.

Los efectos perniciosos que está produciendo el mal uso y diseño del LED, entre otros son, un exceso de brillo (resplandor), 100 veces mayor en zonas densamente pobladas que el cielo oscuro; el deslumbramiento por exposición directa a los ojos (fatiga visual); la intrusión lumínica, luz exterior invasora procedente del alumbrado y que, por ejemplo, nos impide dormir; el encandilamiento, alumbrado de calles y plazas que nos distraen mientras circulamos a pie, y aumento de temperatura por el uso de LED fría (5000º) en vez de cálida (2700º). El espectro de emisión, el color, es otro factor que incide negativamente: la luz blanca, con una longitud de onda inferior a 500 nanómetros, emite más radiación que la que se emitiría con luz anaranjada (ámbar).

Según los autores del Nuevo Atlas Mundial de Contaminación Lumínica, el 83% de la población mundial está privado de la visión de la Vía Láctea. Singapur, Kuwait y Qatar están a la cabeza de los países con el mayor índice de contaminación lumínica. A la cola se encuentran Groenlandia, República Centroafricana y Niue, una pequeña isla al sur del Pacífico. 

Contrariamente a lo que pensamos, por su bajo consumo y alto ahorro, el LED no es tan beneficioso. Según los autores del atlas, hacen que la polución sólo se multiplique por dos y, además, son 2,5 veces más contaminantes que las lámparas de descarga de gas que se usan en la iluminación pública.

Los científicos concluyen que para combatir la contaminación lumínica y poner fin al derroche y a los efectos nocivos que tiene sobre la salud humana y la biodiversidad, habría que «llevar un control de las emisiones de luz como se hace con las de CO2» y desarrollar políticas de alumbrado que tengan en cuenta cómo utilizar las LED de manera eficiente porque «bien usados, los LED ámbar podrían ser la solución”, según declara Sánchez de Miguel, científico del instituto de Astrofísica de Andalucía, España.

En 2007, la UNESCO declaró al cielo nocturno Patrimonio Intangible de la Humanidad y significó el derecho de las generaciones futuras a «observar el cielo estrellado«.

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