Madrid, madrugada del sábado 17 de diciembre de 1983.

La discoteca Alcalá 20, como tantas otras madrugadas, estaba repleta de personas que disfrutaban de la música y de la conversación. Algunos se despedían por unos días de Madrid, comenzaban las vacaciones de Navidad y volvían a sus lugares de origen, donde sus seres queridos les esperaban para pasar las fiestas. No imaginaban que iban a convertirse en los protagonistas de una de las mayores tragedias sucedidas en la capital de España.

Alcalá 20 era el sitio de moda, el lugar perfecto en el que reunirse para pasar un buen rato. De hecho, fue bautizado como “La discoteca de la movida”. Estaba en los bajos del teatro Alcázar, con tres plantas subterráneas que habían remodelado unos meses antes.

Así empezó la tragedia.

Todo se desencadenó cuando casi eran las 5 de la madrugada, a pocos minutos del cierre. Uno de los trabajadores fue a cerrar la cortina del escenario y vio lo que en ese momento le pareció una luz. Desgraciadamente no era así, era el comienzo del fuego. Muchos al grito de “¡Fuego!” trataron de advertir al resto, hubo quién se lo tomó a broma y siguió bailando. En cuestión de segundos las llamas y el humo apenas dejaban ver nada. Todo el mundo entró en pánico e intentó encontrar desesperadamente una salida.

Una gran cantidad de gente trató de salir por la salida principal, algunos lo lograron pero muchos otros cayeron. Trataron también de salir por el pasillo que compartían la discoteca y el teatro, donde en ese momento se estaba representando la obra “Por la calle de Alcalá”, pero la verja estaba cerrada.

Todas las carencias e irregularidades del local hicieron que hubiese muchos más muertos de los que hubiese habido si todo hubiese estado en orden: los extintores no funcionaban, la manguera de agua estaba mal instalada y carecía de presión, las luces de emergencia no se encendieron y la gran mayoría de las salidas de emergencia estaban clausuradas. La reciente remodelación, con materiales altamente inflamables como cartón piedra, textiles o plásticos hizo el resto.

Lo que se encontraron los servicios sociales y los bomberos cuando llegaron fue dantesco: montones de cadáveres se agolpaban en las escaleras y por todos los rincones. Afortunadamente pudieron salvar todavía a algunas personas que se refugiaron debajo de una claraboya y que gritaban pidiendo auxilio. Todavía tardarían unos días en encontrarlos a todos. Los cuerpos sin vida de dos jóvenes fueron encontrados días después en el hueco de una escalera. Hubo un total de 81 víctimas mortales: 31 carbonizadas, 13 intoxicadas y 36 por asfixia o aplastadas por la avalancha que desesperadamente trataba de encontrar una manera de salir de aquel infierno.

Las horas que siguieron a la tragedia 

Durante las horas siguientes toda España amanecía con las primeras noticias de todo ese horror. Los familiares y amigos de las personas que habían acudido a la discoteca corrieron a asegurarse de que sus seres queridos estuvieran sanos y salvos. Los que no tuvieron esa suerte se lanzaron desesperadamente a la calle, teniéndose que dar a la horrible tarea de buscar en hospitales o en el Instituto Anatómico Forense, donde los cadáveres se iban colocando en pasillos y salas.

Los medios de comunicación no tardaron en hacerse presentes en toda esa infernal tragedia, incluso las luces y focos de los cámaras enviados por Radio Televisión Española sirvieron para ayudar a los bomberos a seguir localizando muertos.

Aunque todo ésto sirvió para abrir un gran debate sobre las medidas de seguridad en este tipo de locales y  la normativa se hizo algo más exigente, la historia siguió repitiéndos. Basta recordar horrores como el incendio de la discoteca Flying en Zaragoza, en 1990 o Madrid Arena, en 2012.

Los juicios tardaron diez años, se condenó a los responsables a indemnizar a los familiares de la víctimas con 10.000 millones de las antiguas pesetas. Al no poder asumir semejante cantidad, esas indemnizaciones terminó pagandolas el estado. Evidentemente, ésto fue recibido con gran indignación por tantisimas personas para que la vida ya nunca fue igual desde esa madrugada del 17 al 18 de diciembre de 1983, nadie puede devolverles ya las vidas que tan injustamente se perdieron.

 

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