300 músculos se activan cuando vemos a nuestro semejante dar un traspié y no podemos contener una carcajada.
Un hecho fortuito que nos provoca risa
Allá por el siglo VI antes de cristo, los sabios chinos, estudiando la risa, llegaron a la conclusión de que, según sea la vocal involucrada, expresamos diferentes emociones, es decir, que, si vocalizamos un «jo, jo, jo», estamos expresando «sorpresa».
Queramos o no, un traspié es un trance que nos hace reír. Nuestro cuerpo, entonces, se convulsiona haciendo lo imposible, guiados por la consciencia de la buena costumbre, por contener la carcajada.
Definitivamente, no hay nada que hacer. Ni siquiera somos capaces de articular un ¿te has hecho daño?
Un segundo después de la carcajada, la reacción llega al córtex en nuestro cerebro, lo excita y genera un impulso eléctrico, es entonces cuando se liberan y segregan diferentes sustancias químicas como la endorfina, la dopamina, la serotonina y neurotransmisores, y se reducen los niveles de cortisol, la hormona del estrés.
Al contrario que el enfermizo «schadenfreude», o reírse del mal ajeno, la risa que nos produce un traspié es un acto reflejo involuntario ante una situación fortuita e inesperada. Nos reímos y, sin embargo, no somos conscientes de cómo afecta a nuestra salud física y mental.
Y es que, cuando vemos a nuestro semejante dar un traspié y rompemos a carcajadas, para él puede ser una experiencia dolorosa y humillante; pero, para nosotros, todo son beneficios.
Pingües efectos terapéuticos de la risa
Mientras nos reímos, los vasos sanguíneos se relajan, mejora la circulación de la sangre y aumentan sus niveles de oxígeno. Se reducen así los riesgos vasculares hasta un 40% y nuestra vida se alarga.
Los músculos trabajan más, generando jugos gástricos que eliminan ácidos grasos -se queman calorías-, y toxinas, la piel se torna más tersa y suave, en definitiva, mejora nuestro aspecto físico
Nuestra inmunidad aumenta ya que se incrementa la producción de anticuerpos, neutralizando bacterias, virus y parásitos, y se activan los linfocitos que evitan la formación de tumores. Se liberan endorfinas que nos protegen de infecciones y nos hacen resistentes a enfermedades como la diabetes, la hipertensión o el cáncer.
La risa estimula la segregación de analgésicos naturales como la endorfina y la serotonina que nos hace más tolerantes al dolor y alivia nuestras dolencias.
Después de reírnos, nuestra musculatura se relaja durante 45 minutos; previene contracturas, el insomnio, descongestiona nuestra nariz y oídos y, si además lloramos, limpia de impurezas nuestros ojos.
La risa también eleva el número de sustancias neurotransmisoras, así mejora nuestra memoria. Produce un alto nivel de ondas gamma, lo que favorece la meditación.
Nos hace más competitivos y productivos, potencia nuestra creatividad e imaginación, somos capaces de hacer varias tareas al mismo tiempo, de retener mayor cantidad de información y aumenta el rendimiento físico pues se activa la hormona del crecimiento.
Socialmente, fortalece nuestra autoestima y nos ayuda a relacionarnos mejor con nuestros semejantes. Evita los pensamientos negativos, la depresión y la ansiedad, y nos proporciona una sensación de felicidad y despreocupación.
No es de extrañar, pues, el bienestar que sentimos después del traspié de nuestro semejante. Mientras se resuelve esta paradoja, aflicción y felicidad al mismo tiempo, se alarga nuestra vida, mejora nuestro tono muscular, respiramos mejor, no sentimos dolor, rejuvenecemos, somos más listos, nos queremos más a nosotros mismos y nos sentimos aliviados y despreocupados.
Por un breve instante, ni si quiera se acuerda uno de que le acaban de despedir del trabajo y tiene que pagar una hipoteca, la pensión a su pareja y la manutención de sus hijos.
Pero, que nos quiten lo bailado ¡y lo que nos hemos reído! Debemos reconocer que esas “caídas tontas” pueden tener para los demás mucho de saludable y duradero, y se contagia: pasa el tiempo y todavía seguimos riendo, recordando con nuestro semejante aquel trance ¿Te acuerdas aquella vez que…?