María y Bruna Fontanarossa, de casi 90 años, son las últimas vecinas de los «Sassi» de Matera, un mísero barrio de casas-cueva que el gobierno italiano evacuó a mediados del siglo XX.
Ellas no lo han abandonado y nunca lo harán, nacieron allí y ese es el lugar en el que quieren morir.
Estas casas fueron directamente excavadas en las rocas y los jornaleros que allí vivían sufrían insalubridad, pobreza, enfermedad y una alta tasa de mortalidad. Estas y otras cosas hicieron que fueran calificadas de «vergüenza nacional».
Ante esa situación, Alcide de Gasperi, que en aquel entonces era primer ministro, ordenó en 1952 que las personas que allí vivían fueran trasladadas a otros barrios de reciente construcción.
La gran mayoría de los vecinos decidieron irse para mejorar sus condiciones, pero hubo un pequeño porcentaje de personas que quisieron quedarse, entre ellas estaban María y Bruna, que nunca han vivido en ningún otro sitio.
Desde allí han visto pasar grandes acontecimientos históricos: la guerra, el fascismo y también otros mucho más agradables, como la rehabilitación de su barrio.
Una ciudad que vive una próspera segunda época
Matera, su ciudad, disfruta de un segundo aire desde que en 1993 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia, y la Cultura (UNESCO).
Este año, además, es la Capital Europea para la Cultura.
Allí, apenas se ven ya los signos de la pobreza de antaño, ahora está prosperando; se abren nuevos negocios, como restaurantes de diseño o negocios de artesanía.
Incluso, algunas «casas-cueva» han sido rehabilitadas para su venta o alquiler.
Las hermanas observan desde su ventana el gran vaivén de turistas, que llegan desde todos los rincones del mundo.
Hace unos días recibieron a unos periodistas, que las sorprendieron comiendo empanada y bebiendo un poco de vino tinto, en compañía de tres vecinos, que querían estar presentes en la entrevista.
Bruna, que es la que más habla de las dos, contó que no abre la puerta a nadie, ya que le da miedo; su hermana, que está en silla de ruedas, se limita a asentir.
Su ventana al mundo
Las hermanas Fontanarossa duermen en la misma sala, en la que hay unos pocos puebles: dos camas, un armario, un baúl y dos cómodas de madera noble.
La familia de María y Bruna era, a pesar de todo, una de las más acomodadas del lugar, incluso iban a la escuela, aunque había que pagar por ello.
Las dos vivían con otros dos hermanos, ya fallecidos, y que, al igual que ellas, no tuvieron descendencia.
Cuando todos sus vecinos se fueron, ellas siguieron labrando sus campos.
Nina, una vecina que las cuida, contó que ellas heredaron esa casa, de dos salas y techo abovedado, en la que pueden verse diversos cuadros con imágenes familiares, llenas de recuerdos e historia.
La casa ha sido reformada y ya cuentan con calefacción y una televisión, que es su ventana a un mundo que no habían conocido, ya que nunca han salido su ciudad.